jueves, marzo 27, 2008

LAS 10 SERIES MAS INTELIGENTES

Los diez shows más inteligentes de la televisión, según MENSA...


Antes que comiencen con el chalequeo: MENSA no es una compañía creada por alguno de los acólitos del Chavo del 8 (peste televisiva que aún se mantiene en varios canales, para aprendizaje de las nuevas generaciones sobre lo que veíamos hace una coñaza de años atrás). MENSA es una asociación cuya única condición para ser miembro es tener un coeficiente de inteligencia alto. Se reunen y comparten una serie de actividades comunes.

Pues bien. El líder de esta organización, Jim Werdell, con 63 años, hizo recientemente una selección de los diez programas de la televisión actual que él considera los más inteligentes: "No son pura comedia, misterio o acción. Tienden a ser programas que tratan de asuntos reales, y desde mi punto de vista se consideran inteligentes. Algunas sitcoms desarrollan un alto nivel intelectual que otras, y puedes decir lo mismo de algunos dramas. Las historias pueden ser cliché, pero los personajes y los diálogos son inteligentes"

Jim Werdell es un oficial del gobierno retirado que lleva 12 años en la junta de directores de MENSA: Sin embargo eso no lo priva de disfrutar de la televisión, a la que admite dedicarle exclusivamente unas cinco a seis horas diarias (diez cuando tiene la tele encendida mientras se dedica a sus actividades diarias)

Pero su lista de las diez series más inteligentes de todos los tiempos es interesante. Hela acá:

1. M*A*S*H: Tuvo un cast inteligente y fue mucho más que una comedia.
2. Cosmos (Con Carl Sagan): Sagan fue capaz de comunicar algo extremadamente complicado al público y hacerlo bien, y eso es inusual en un científico de su nivel.
3. CSI (No indicó cuál versión, pero asumo que se refiere al punto en común de las tres existentes actualmente): La manera como usan la ciencia para resolver sus programas es intrigante para los televidentes.
4. House: De nuevo, es un show de alto nivel: Es la personalidad que lo hace un ganador, adicionalmente, lidia con la ciencia.
5. The West Wing: Tienes que poner atención para mantenerte viéndolo. La temática es rápida y necesitas un alto nivel de inteligencia para mantenerte con ella.
6. Boston Legal: Principalmente por los personajes. Las historias están bien, pero los personajes son increíbles y los libretistas les dan diálogos grandiosos (asumimos que se refiere a Denny Crane (William Shatner) y a Alan Shore (James Spader) cuyos diálogos suelen ser muy pero muy buenos)
7. All in the Family: EL show trata con puntos sociales mucho antes de que ocurrieran y estuvo dedicado a tratar de mostrar los sentimientos, creencias y la complejidad de la personalidad de sus personajes (valga la redundancia) en una manera entre seria y cómica.
8. Frasier. Su reparto fue sensacional, los personajes principales fueron muy buenos. Aún cuando se refería a personas con un alto nivel de inteligencia, mostraba también sus debilidades.
9. Mad about you: Es una favorita particular. Amé los personajes y las idas y venidas, fue muy inteligente.
10. Jeopardy: Es el único programa de concursos que realmente intenta medir el grado de inteligencia de la gente. Hay poca suerte involucrada, y hay pocos programas de concursos como ese. No veo muchos, honestamente, pero cuando veo que miden más que el conocimiento, miden la inteligencia también.

Ante esta lista, en varios blogs la han respondido argumentando sobre la ausencia de programas como "The Twilight Zone," "Gilmore Girls," "Battlestar Galactica," "Rocky and Bullwinkle" y otros del estilo considerados también shows inteligentes.

Fuente: Traducción libre combinada de las notas de Fox News y The Celebrity Cafe.

Saludos,

miércoles, marzo 26, 2008

PROXIMOS CONCIERTOS


5/04/2008
Sábado
20:00h.
Rage

[Música]
Rock Star Live-Megapark
Barakaldo (Bizkaia)

Entrada General: 22,00 Euros



12/04/2008
Sábado
22:00h.
Loquillo

[Música]
Kafe Antzokia
Bilbao

Entrada General: 22,00 Euros


15/04/2008
Martes
20:00h.
Nightwish

[Música]
Sala Santana 27
Bilbao
PROHIBIDA LA ENTRADA A MENORES DE 18 AÑOS

Entrada General: 32,00 Euros



9/05/2008
Viernes
20:30h.
Barricada + Rosendo + Aurora Beltrán

[Música]
Pabellón La Casilla
Bilbao

Entrada General: 24,00 Euros


19/07/2008
Sábado y 20/07/2008
Domingo
20:00h.
Motorhead

[Música]
Rock Star Live-Megapark
Barakaldo (Bizkaia)

Entrada General: 36,20 Euros

jueves, marzo 20, 2008

Despedida?

Esto está muerto.


Así de rotundo xD. Intentaré postear por aquí de vez en cuando pero me pienso dedicar más a mi blog de ahora en adelante. Enga Kuadrilla, animo!!



miércoles, marzo 12, 2008

Mark Webber... donde vá ... la lía!!


Artículo extraído de la BBC Deportes.

La rivalidad entre Lewis Hamilton y Fernando Alonso será más intensa en esta edición del Mundial de Automovilismo, según considera el piloto de Red Bull, Mark Webber (yeah!).

El australiano cree que cualquier limite desaparecerá ahora que ambos pilotos dejaron de ser compañeros de escudería, tras la marcha de Alonso de McLaren para unirse a Renault (con quien ya había ganado dos títulos).

"Creo que sobre las pistas las cosas se pondrán más fuertes", dice gure-laguna-Webber.

Y agregó: "Fernando le puede pelear de tu a tu a Lewis, y ya existe un poco de roce entre ellos. Podría ser fascinante".

Aunque el piloto de Red Bull considera que será poco probable que el equipo de Renault pueda competir con McLaren o Ferrari, considera que el español debe estar deseoso de tener la oportunidad de amenazar su supremacía. (Nosajodido!!)

"Fernando gozaría si le gana a ambos al final del próximo año, pues sabe que esta temporada no será posible", señaló Webber, quien será el columnista de Fórmula Uno de la BBC para esta campaña. (jajajaja que pena que no lo tengamos en telecinco en vez de a Lobato xD)

"No es que no le interese, simplemente está siendo realista". (OwNeD!)


Sin cambios en la punta

El australiano cree que el británico tiene grandes habilidades, pero a su juicio será el piloto de Ferrari, Kimi Raikkonen, quien se impondrá.

"Lewis es muy bueno, su monoplaza estaba en excelentes condiciones y además fue excepcional que haya logrado competirle a Fernando", expresó Webber.

"Pero Kimi probablemente gane otra vez. Él y Ferrari han hecho muy buenas pruebas y probablemente esté disfrutando más este deporte ahora que ganó un campeonato", añadió.

La Fórmula Uno empieza este domingo en Australia, con el Gran Premio de Melbourne.

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Eso es todo amigos!! Próximamente más y mejor!

viernes, marzo 07, 2008

La leyenda de Gambrinus


Existe una leyenda conocida desde hace mucho tiempo sobre un joven llamado Gambrinus, el cual rechazado por el amor de su vida decidió suicidarse, en ese preciso momento oyó una voz que le decía: "el orgullo de una mujer no es motivo de suicidio". Se trataba de un pequeño anciano.

El anciano se llamaba Ruud y deseaba ayudarle a olvidar a la dama, venía del país de los seres pequeños en las regiones subterráneas de la tierra.
Gambrinus le pregunto: -¿algo querréis a cambio?
-Vuestra vida.- le dijo Ruud,- dentro de 70 años os vendré a buscar y os llevaré conmigo.
-¡De acuerdo pero! Deseo que mi existencia en la tierra sea feliz.

Entonces el anciano hizo un gesto con la mano y apareció ante Gambrinus una enorme extensión de tierra, con largas filas de varas de abedul sobre las que trepaba una planta con flores amarillas muy aromáticas. Al fondo se divisaba una casa de piedra.
Gambrinus le preguntó -¿que es eso?
-Una plantación de lúpulo y la casa una fábrica de cerveza, la flor de esta planta curará tu amor.

Ruud llevó a Gambrinus a la fábrica y después de explicarle el proceso de elaboración le hizo probar ese elixir, por primera Gambrinus olvidó a Margarita su gran amor.

Al día siguiente Gambrinus volvió a su ciudad Kortrik y compró una gran extensión de terreno donde plantó lúpulo y edificó una enorme fábrica de cerveza.
La población empezó a aficionarse a este producto y fue tal su éxito que empezó a extenderse por los países Bajos, Alemania, etc.

El rey de los países Bajos lo nombró conde de Flandes pero Gambrinus prefería que lo conociesen como el rey de la cerveza que era como popularmente lo conocían los habitantes de Kortrik.

Gambrinus nunca volvió a pensar en Margarita y vivió en paz hasta los 90 años cuando se le apareció el anciano Ruud. Gambrinus lo reconoció y enseguida sin decir nada abandonó su castillo y partió para siempre al país de los seres pequeños.

Allí fue reducido su tamaño y continua viviendo eternamente.

( Extracto de la adaptación de Ros García LLuis: Cuentos Flamencos, Editorial Araluce, Barcelona 1948 -- robado de otra web a la cual no voy a hacer alusión por malo-malote que soy JAJAJAJA)

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Moraleja: pase, lo que te pase... emborrachate.

jueves, marzo 06, 2008

El retrato de Dorian Gray - Capítulo IV

Capítulo IV

Cierta tarde, un mes después, Dorian Gray estaba recostado en un lujoso sillón, en la pequeña biblioteca de la casa de lord Henry en Mayfair. Se trataba, en su estilo, de una habitación muy agradable, con alto revestimiento de madera de roble color oliva, friso de color crema, techo de escayola y alfombra de fieltro color ladrillo, sobre la que se habían extendido otras alfombras persas de seda, más pequeñas, con largos flecos. En una diminuta mesa de madera de satín había una estatuilla obra de Clodion y, junto a ella, un ejemplar de Les CentNouvelles, encuadernado para Margarita de Valois por Clovis Eve y adornado con las margaritas que la reina había elegido como emblema. Algunos grandes jarrones de porcelana azul con tulipanes de colores abigarrados ocupaban la repisa de la chimenea y, a través de los emplomados rectángulos de cristal de la ventana, se derramaba la luz de color albaricoque de un día de verano en Londres.

Lord Henry no había vuelto aún. Siempre se retrasaba por principio, ya que, en su opinión, la puntualidad es el ladrón del tiempo. De manera que el muchacho parecía bastante enfurruñado mientras con una mano distraída pasaba las páginas de una edición de Manon Lescaut, suntuosamente ilustrada, que había encontrado en una de las estanterías. El solemne y monótono tictac del reloj Luis XIV le molestaba. Una o dos veces pensó en marcharse.

Finalmente oyó pasos fuera y se abrió la puerta.

-¡Qué tarde llegas, Harry! -murmuró.

-Me temo que no se trata de Harry, señor Gray -respondió una voz muy aguda.

Dorian se volvió rápidamente, poniéndose en pie. -Le ruego me disculpe. Creí...

-Creyó usted que era mi marido. Soy sólo su mujer. Permítame que me presente. A usted lo conozco bien por sus fotografías. Me parece que mi marido tiene diecisiete.

-No, lady Wotton, ¡no diecisiete!

-Dieciocho, entonces. Y los vi juntos la otra noche en la ópera -rió con nerviosismo mientras hablaba, contemplándolo con sus ojos azules, un poco vagos, de nomeolvides. Era una mujer curiosa, cuyos vestidos siempre daban la impresión de haber sido diseñados en la cólera y utilizados en la tempestad. De ordinario estaba enamorada de alguien y, como su pasión nunca era correspondida, había conservado todas sus ilusiones. Trataba de conseguir una apariencia pintoresca, pero sólo conseguía dar sensación de desaseo. Se llamaba Victoria y tenía la manía perseverante de ir a la iglesia.

-Se trataba de Lohengrin, si no recuerdo mal.

-Sí, era mi querido Lohengrin. La música de Wagner me gusta más que ninguna otra. Es tan ruidosa que se puede hablar todo el tiempo sin que otras personas oigan lo que se dice. Eso es una gran ventaja, ¿no le parece, señor Gray?

La misma risa, nerviosa y entrecortada, se escapó de los delgados labios, y sus dedos empezaron a jugar con un abrecartas de carey.

Dorian sonrió y negó con la cabeza.

-Me temo que no estoy de acuerdo, lady Wotton. Nunca hablo cuando suena la música; al menos, si se trata de buena música. Si la música es mala, es nuestro deber ahogarla con la conversación.

-¡Ah! Ésa es una de las ideas de Harry, ¿no es así, señor Gray? Siempre oigo las ideas de Harry de labios de sus amigos. Es así como me entero de que existen. Pero no debe usted pensar que no me gusta la buena música. La adoro, pero me da miedo. Me pone demasiado romántica. Sencillamente, venero a los pianistas; dos a la vez, en algunas ocasiones, me dice Harry. No sé qué es lo que tienen. Quizá el ser extranjeros. Todos lo son, ¿no es cierto? Incluso los que han nacido en Inglaterra se convierten en extranjeros con el tiempo, ¿no le parece? ¡Qué habilidad la suya! Y para el arte, ¡qué excelente cumplido! La hace sumamente cosmopolita, ¿verdad? ¿No ha estado usted nunca en alguna de mis fiestas, señor Gray? Tiene que venir. No puedo permitirme orquídeas, pero no reparo en gastos con extranjeros. ¡Hacen que la casa parezca tan pintoresca! ¡Pero aquí está Harry! Harry, vine buscándote para preguntarte algo, no recuerdo qué, y encontré al señor Gray. Hemos tenido una conversación muy agradable sobre música. Tenemos exactamente las mismas ideas. No; creo que nuestras ideas son completamente distintas. Pero ha sido la simpatía personificada. Y me alegro mucho de haberlo conocido.

-Espléndido, amor mío, espléndido -dijo lord Henry, alzando la doble media luna oscura de las cejas y contemplando a ambos con una sonrisa divertida.

-Siento llegar tarde, Dorian. Fui en busca de una pieza de brocado antiguo en Wardour Street, y he tenido que regatear durante horas para conseguirla. En los días que corren la gente sabe el precio de todo y el valor de nada.

-Me temo que he de irme -exclamó lady Wotton, rompiendo un silencio embarazoso con su repentina risa sin sentido-. He prometido salir en coche con la duquesa. Hasta la vista, señor Gray. Hasta luego, Harry. Imagino que cenas fuera. Yo también. Quizá te vea en casa de lady Thornbury.

-Imagino que sí, querida mía -lord Henry cerró la puerta tras ella, cuando, con el aspecto de un ave del paraíso que se hubiera pasado toda la noche bajo la lluvia, salió revoloteando de la habitación, dejando un leve olor a tarta de almendras; luego encendió un cigarrillo y se dejó caer en el sofá.

-Nunca te cases con una mujer con el pelo de color pajizo, Dorian -dijo después de lanzar unas cuantas bocanadas de humo.

-¿Por qué, Harry?

-Porque son muy sentimentales.

-Pero a mí me gusta la gente sentimental.

-No te cases, Dorian. Los hombres se casan porque están cansados; las mujeres, porque sienten curiosidad: unos y otras acaban decepcionados.

-Creo que no es probable que me case, Harry. Estoy demasiado enamorado. Ése es uno de tus aforismos. Lo estoy poniendo en práctica, y hago todo lo que recomiendas.

-¿De quién te has enamorado? -preguntó lord Henry, después de una pausa.

-De una actriz -dijo Dorian Gray, ruborizándose. Lord Henry se encogió de hombros.

-Es un debut bastante corriente.

-No dirías eso si la vieras, Harry.

-¿Quién es?

-Se llama Sibyl Vane.

-Nunca he oído hablar de ella.

-Nadie ha oído. Pero todo el mundo oirá algún día. Es un genio.

-Mi querido muchacho, ninguna mujer es un genio. Las mujeres son un sexo decorativo. Nunca tienen nada que decir, pero lo dicen encantadoramente. Representan el triunfo de la materia sobre la mente, de la misma manera que los hombres representan el triunfo de la mente sobre la moral.

-¿Cómo puedes decir una cosa así, Harry?

-Mi querido Dorian, no es más que la verdad. Estoy analizando a las mujeres en el momento actual, de manera que debo saberlo. No es un tema tan abstruso como yo pensaba. Descubro que, en último extremo, sólo hay dos clases de mujeres, las corrientes y las que se pintan. Las primeras son muy útiles. Si quieres conseguir una reputación de persona respetable, basta con invitarlas a cenar. Las otras mujeres son sumamente encantadoras. Pero cometen un error. Se pintan con el fin de parecer jóvenes. Nuestras abuelas se pintaban para tratar de hablar con brillantez. Rouge y Esprit solían ir juntos. Ahora eso se ha acabado. Siempre que una mujer pueda parecer diez años más joven que sus hijas, estará perfectamente satisfecha. En cuanto a conversación, sólo hay cinco mujeres en Londres con las que merece la pena hablar, y a dos de ellas no las recibe la buena sociedad. De todos modos, háblame de tu genio. ¿Cuánto hace que la conoces?

-¡Harry, Harry! Tus opiniones me aterran.

-No te preocupes por eso. ¿Cuánto hace que la conoces?

-Unas tres semanas.

-Y, ¿cómo te tropezaste con ella?

-Te lo voy a contar, Harry; pero tienes que ser comprensivo. Después de todo, no me habría pasado si no te hubiera conocido. Hiciste que sintiera un tremendo deseo de saberlo todo acerca de la vida. Durante varios días, después de conocerte, algo especial me latía en las venas. Mientras estaba en el parque o me paseaba por Picadilly, miraba a todas las personas con las que me cruzaba, preguntándome con tremenda curiosidad cómo era su vida. Algunas personas me fascinaban. Otras me llenaban de horror. Venenos exquisitos flotaban en el aire. Sentía pasión por las sensaciones... Bien, una tarde, hacia las siete, decidí salir en busca de alguna aventura. Sentía que este Londres nuestro, tan gris y tan monstruoso, con sus miríadas de personas, sus sórdidos pecadores y sus espléndidos pecados, tal como tú dijiste una vez, me reservaba algo. Me imaginé mil cosas. La simple sensación de peligro me llenaba de gozo. Recordé lo que me habías dicho en aquella maravillosa velada cuando cenamos juntos por vez primera, sobre el hecho de que la búsqueda de la belleza es el verdadero secreto de la vida. No sé qué esperaba, pero salí a la calle y me dirigí hacia el este, perdiéndome muy pronto en un laberinto de calles mugrientas y plazas oscuras y sin hierba. A eso de las ocho y media pasé por delante de un absurdo teatrillo, con luces brillantes y carteles chillones. En la entrada había un judío horroroso, con el chaleco más exótico que he visto en mi vida y fumando un cigarro apestoso. El cabello le caía en bucles grasientos y en mitad de una sucia camisa resplandecía un enorme diamante. «¿Un palco, milord?», dijo al verme, y se quitó el sombrero con un aire fascinantemente servil. Había algo en él que me divirtió, Harry. ¡Era tan monstruoso! Te vas a reír de mí, lo sé, pero entré y pagué nada menos que una guinea por un palco junto al escenario. Todavía hoy sigo sin saber por qué lo hice; pero si no lo hubiera hecho, mi querido Harry, me hubiera perdido la gran historia de amor de mi vida. Veo que te estás riendo. ¡Qué mal me parece!

-No me río, Dorian; al menos, no me río de ti. Pero no debes decir la gran historia de amor de tu vida. Debes decir la primera. Siempre te querrán, y tú siempre estarás enamorado del amor. Una grande pasión es el privilegio de quienes no tienen nada que hacer. Ésa es la única utilidad de las clases ociosas de un país. No tengas miedo. Te están reservadas aventuras exquisitas. Esto no es más que el principio.

-¿Tan superficial me consideras? -exclamó Dorian Gray, muy dolido.

-No; te creo muy profundo.

-¿Qué quieres decir?

-Mi querido muchacho, las personas que sólo aman una vez en la vida son realmente las personas superficiales. A lo que ellos llaman su lealtad, y su fidelidad, yo lo llamo sopor de rutina o falta de imaginación. La fidelidad es a la vida de las emociones lo que la coherencia a la vida del intelecto: simplemente una confesión de fracaso. ¡Fidelidad! Tengo que analizarla algún día. La pasión de la propiedad está en ella. Hay muchas cosas de las que nos desprenderíamos si no tuviéramos miedo de que otros las recogieran. Pero no te quiero interrumpir. Sigue con tu historia.

-Bueno, me encontré sentado en un palquito espantoso, con un telón de lo más vulgar delante de los ojos. Desde mi discreto escondite me dediqué a examinar la sala. Era un lugar perfectamente chabacano, todo él cupidos y cornucopias, como una tarta nupcial de cuarta categoría. El paraíso y la platea estaban bastante llenos, pero las dos primeras filas de descoloridas butacas se hallaban completamente vacías y apenas había nadie en las mejores entradas del anfiteatro. Había mujeres vendiendo naranjas y refrescos y se consumían grandes cantidades de frutos secos.

-Debía de ser como en los días gloriosos del drama británico.

-Precisamente, creo yo, y muy deprimente. Empezaba a preguntarme qué demonios estaba haciendo allí, cuando me fijé en el programa. ¿Qué obra crees que representaban, Harry?

-Imagino que El joven idiota o Mudo pero inocente. A nuestros padres les gustaba ese tipo de obras, según creo. Cuantos más años tengo, Dorian, más convencido estoy de que lo que era suficientemente bueno para nuestros padres no lo es para nosotros. En arte, como en política, les grand-péres ont toujours tort.

-La obra era suficientemente buena para nosotros, Harry. Se trataba de Romeo y Julieta. He de reconocer que no me hizo mucha gracia la idea de ver representar a Shakespeare en un antro como aquél. Pero sentí interés, de todos modos. Decidí presenciar al menos el primer acto. Había una orquesta detestable, presidida por un hebreo joven sentado ante un piano desafinado que casi me echó del teatro; pero finalmente se alzó el telón y comenzó la obra. Romeo era un caballero corpulento y con muchos años a sus espaldas, cejas pintadas con negro de corcho, ronca voz de tragedia y silueta cíe barril de cerveza. Mercutio era casi igual de siniestro. Lo interpretaba un cómico de la legua que había añadido al texto chistes de su cosecha y mantenía relaciones sumamente amistosas con la platea. Los dos eran tan grotescos como el decorado, que parecía salido de una barraca de feria. Pero, ¡Julieta! Imagínate una muchachita de apenas diecisiete años, con un rostro como de flor, una cabecita griega con cabellos de color castaño oscuro recogidos en trenzas, ojos que eran pozos violeta de pasión, labios como pétalos de rosa. ¡La criatura más encantadora que había visto nunca! Una vez me dijiste que el patetismo no te conmovía en absoluto, pero que la belleza, la simple belleza, podía llenarte los ojos de lágrimas. Te lo aseguro, Harry, apenas veía a esa muchacha porque siempre tenía los ojos nublados por las lágrimas. ¡Y su voz! No he oído nunca una voz semejante. Sólo un hilo al principio, con notas bajas y melodiosas, que parecían caer una a una en el oído. Luego creció en volumen, y sonaba como una flauta o un lejano oboe. En la escena del jardín tuvo todo el júbilo estremecido de los ruiseñores cuando cantan poco antes del amanecer. Hubo momentos, más adelante, en los que alcanzó la desenfrenada pasión de los violines. Sabes perfectamente cuánto puede afectarnos una voz. Tu voz y la de Sibyl Vane son dos cosas que nunca olvidaré. Cuando cierro los ojos las oigo, y cada una dice algo diferente. No sé a cuál seguir. ¿Por qué tendría que no amarla? La quiero, Harry. Para mí lo es todo. Voy a verla actuar día tras día. Una noche es Rosalinda y la siguiente Imogen. La he visto morir en la penumbra de un sepulcro italiano, recogiendo el veneno de labios de su amante. La he contemplado atravesando el bosque de las Ardenas, disfrazada de muchacho, con calzas, jubón y un gorro delicioso. Ha sido la loca que se presenta ante un rey culpable, dándole ruda para llevar y hierbas amargas que gustar. Ha sido inocente, y las negras manos de los celos han aplastado su cuello de junco. La he visto en todas las épocas y con todos los trajes. Las mujeres ordinarias no hacen volar nuestra imaginación. Están ancladas en su siglo. La fascinación nunca las transfigura. Se sabe lo que tienen en la cabeza con la misma facilidad que si se tratara del sombrero. Siempre se las encuentra. No hay misterio en ninguna de ellas. Van a pasear al parque por la mañana y charlan por la tarde en reuniones donde toman el té. Tienen una sonrisa estereotipada y los modales del momento. Son transparentes. ¡Pero una actriz! ¡Qué diferente es una actriz, Harry! ¿Por qué no me dijiste que la única cosa merecedora de amor es una actriz?

-Porque he querido a demasiadas, Dorian.

-Sí, claro; gente horrible con el pelo teñido y el rostro pintado.

-No desprecies el pelo teñido y los rostros pintados. En ocasiones tienen un encanto extraordinario -dijo lord Henry.

-Ahora quisiera no haberte contado nada sobre Sybil Vane.

-No hubieras podido evitarlo, Dorian. A lo largo de tu vida me contarás todo lo que hagas.

-Tienes razón, Harry; creo que estás en lo cierto. No puedo dejar de contarte las cosas. Tienes una curiosa influencia sobre mí. Si alguna vez cometiera un delito, vendría a confesártelo. Tú lo entenderías.

-Personas como tú, los caprichosos rayos de sol de la vida, no delinquen. Pero, de todos modos, te quedo muy agradecido por ese cumplido. Y ahora dime..., alcánzame las cerillas, como un buen chico, gracias... ¿Cuáles son tus relaciones actuales con Sybil Vane?

Dorian Gray se puso en pie de un salto, las mejillas encendidas y los ojos echando fuego.

-¡Harry! ¡Sybil Vane es sagrada!

-Sólo las cosas sagradas merecen ser tocadas, Dorian -dijo lord Henry, con una extraña nota de patetismo en la voz-. Pero, ¿por qué tienes que enfadarte? Supongo que será tuya algún día. Cuando se está enamorado, empiezas por engañarte a ti mismo y acabas engañando a los demás. Eso es lo que el mundo llama una historia de amor. Al menos, la conoces personalmente, imagino.

-Claro que la conozco. La primera noche que estuve en el teatro, el horrible judío viejo se presentó en el palco después de que terminara la representación y se ofreció a llevarme entre bastidores y presentármela. Consiguió enfurecerme, y le dije que Julieta llevaba muerta cientos de años y que su cuerpo yacía en Verona, en una tumba de mármol. Por la mirada de asombro que me lanzó, creo que tuvo la impresión de que había bebido demasiado champán o algo parecido.

-No me sorprende.

-Luego me preguntó si escribía para algún periódico. Le dije que nunca los leía. Pareció terriblemente decepcionado al oírlo, y me confesó que todos los críticos teatrales le eran hostiles y que a todos se los podía comprar.

-No me extrañaría que tuviera razón en eso. Pero, por otra parte, a juzgar por el aspecto que tiene la mayoría, no deben de ser demasiado caros.

-Bien; pero él parece pensar que están por encima de sus posibilidades -rió Dorian-. Para entonces, sin embargo, ya estaban apagando las luces del teatro y tuve que irme. El judío quiso que probara unos cigarros de los que hizo grandes alabanzas. Pero decliné su ofrecimiento. A la noche siguiente, volví, por supuesto. Al verme, me hizo una profunda reverencia y me aseguró que yo era un munificente protector del arte. Es un ser insufrible, pero Shakespeare le apasiona. Ya me ha dicho, visiblemente orgulloso, que sus cinco bancarrotas se debieron enteramente a «el Bardo», como insiste en llamarlo. Parece considerarlo un timbre de gloria.

-Lo es, mi querido Dorian; un verdadero timbre de gloria. La mayoría de la gente se arruina por invertir demasiado en la prosa de la vida. Arruinarse por la poesía es un honor. ¿Cuándo hablaste por vez primera con la señorita Sybil Vane?

-La tercera noche. Había interpretado a Rosalinda. Me fue imposible no ir a verla. Le había lanzado unas flores y ella me miró; al menos, imaginé que lo había hecho. El viejo judío insistió. Estaba decidido a llevarme entre bastidores, de manera que acepté. Es curioso que no deseara conocerla, ¿no te parece?

-No; no me parece curioso.

-¿Por qué, mi querido Harry?

-Te lo diré en alguna otra ocasión. Ahora quiero saber más sobre esa chica.

-¿Sybil? ¡Tan tímida y tan amable! Hay algo infantil en ella. Abrió mucho los ojos con el más sincero de los asombros cuando le dije lo que pensaba de su interpretación, y pareció no tener conciencia de su talento. Creo que los dos estábamos bastante nerviosos. El judío viejo sonreía desde la puerta del polvoriento camerino, diciendo frases rebuscadas sobre los dos, mientras Sibyl y yo nos mirábamos como niños. El viejo insistía en llamarme «mylord», y tuve que explicar a Sybil que no era nada parecido. Ella me dijo: «Más bien parece usted un príncipe. Le llamaré Príncipe Azul».

-A fe mía, Dorian, la señorita Sybil sabe cómo hacer cumplidos.

-No la entiendes, Harry. Me veía sólo como un personaje en una obra de teatro. No sabe nada de la vida. Vive con su madre, una mujer apagada y fatigada que, con una túnica más o menos carmesí, interpretó la primera noche a la señora Capuleto; una mujer con aspecto de haber conocido días mejores.

-Conozco ese aspecto. Me deprime -murmuró lord Henry, examinando sus sortijas.

-El judío me quería contar su historia, pero le dije que no me interesaba.

-Tuviste toda la razón. Siempre hay algo infinitamente mezquino en las tragedias de los demás.

-Sybil es lo único que me interesa. ¿Qué más me da de dónde haya salido? Desde la cabecita a los piececitos es absoluta y enteramente divina. Noche tras noche voy a verla actuar, y cada noche lo hace mejor que la anterior.

-Imagino que ésa es la razón de que ya nunca cenes conmigo. Pensaba, y estaba en lo cierto, que quizá tuvieras entre manos alguna curiosa historia de amor. Pero no se trata exactamente de lo que yo imaginaba.

-Mi querido Harry, tú y yo almorzamos o cenamos juntos todos los días; y he ido varias veces a la ópera contigo -dijo Dorian, abriendo mucho los ojos para manifestar su asombro.

-Siempre llegas terriblemente tarde.

-No puedo dejar de ver actuar a Sybil -exclamó-, aunque sólo presencie el primer acto. Siento necesidad de su presencia; y cuando pienso en el alma maravillosa escondida en ese cuerpecito de marfil, me lleno de asombro.

-Esta noche cenas conmigo, ¿no es cierto? Dorian Gray hizo un gesto negativo con la cabeza.

-Hoy hace de Imogen -respondió-, y mañana por la noche será Julieta.

-¿Cuándo es Sybil Vane?

-Nunca.

-Te felicito.

-¡Qué malvado eres! Sybil es todas las grandes heroínas del mundo en una sola. Es más que una sola persona. Te ríes, pero yo te repito que es maravillosa. La quiero, y he de hacer que me quiera. Tú, que conoces todos los secretos de la vida, dime cómo hechizar a Sybil Vane para que me quiera. Deseo dar celos a Romeo. Quiero que todos los amantes muertos oigan nuestras risas y se entristezcan. Quiero que un soplo de nuestra pasión remueva su polvo, despierte sus cenizas y los haga sufrir. ¡Cielos, Harry, cómo la adoro! -iba de un lado a otro de la habitación mientras hablaba. Manchas rojas, como de fiebre, le encendían las mejillas. Estaba terriblemente exaltado.

Lord Henry sentía un secreto placer contemplándolo. ¡Qué diferente era ya del muchachito tímido y asustado que había conocido en el estudio de Basil Hallward! Había madurado, produciendo flores de fuego escarlata. Desde su secreto escondite, el alma se le había salido al mundo, y el Deseo había acudido a reunirse con ella por el camino.

-Y, ¿qué es lo que te propones hacer? -dijo finalmente lord Henry.

-Quiero que Basil y tú vengáis conmigo alguna noche para verla actuar. No tengo el menor temor al resultado. Sin duda, reconoceréis su genio. Luego hemos de arrancarla de las manos de ese viejo judío. Está atada a él por tres años, al menos dos años y ocho meses, desde el momento presente. Tendré que pagarle algo, por supuesto. Cuando todo esté arreglado, la traeré a algún teatro del West End y la presentaré como es debido. Enloquecerá al mundo como me ha enloquecido a mí.

-¡Eso es imposible, amigo mío!

-Lo hará. No sólo hay en ella arte, arte e instinto consumados; también tiene personalidad; y tú me has dicho a menudo que son las personalidades, no los principios, lo que mueve nuestra época.

-Bien; ¿qué noche iremos?

-Déjame ver. Hoy es martes. Quedemos para mañana. Mañana interpreta a Julieta.

-De acuerdo. En el Bristol alas ocho; yo llevaré a Basil. -A las ocho no, Harry, te lo ruego. A las seis y media. Hemos de estar allí antes de que se levante el telón. Has de verla en el primer acto, cuando conoce a Romeo.

-¡Seis y media! ¡Qué horas! Sería como tomar una merienda-cena o leer una novela inglesa. Tiene que ser a las siete. Ningún caballero cena antes de las siete. ¿He de ver a Basil de aquí a mañana? ¿O bastará con que le escriba?

-¡El bueno de Basil! Hace una semana que no le pongo la vista encima. Me da muchísima vergüenza, porque me ha enviado el cuadro con un magnífico marco, especialmente diseñado por él y, aunque estoy un poco celoso del retrato por ser un mes más joven que yo, debo admitir que me maravilla verlo. Quizá sea mejor que le escribas, no quiero estar a solas con él. Dice cosas que me fastidian. Se empeña en darme buenos consejos.

Lord Henry sonrió.

-A la gente le encanta regalar lo que más necesita. Es lo que yo llamo el insondable abismo de la generosidad.

-No, no; Basil es la mejor de las personas, pero un tanto prosaico. Lo he descubierto a raíz de conocerte, Harry. -Basil, mi querido muchacho, pone en el trabajo todas sus mejores cualidades. La consecuencia es que para la vida sólo le quedan los prejuicios, los principios y el sentido común. Los únicos artistas encantadores que conozco son malos artistas. Los buenos sólo existen en lo que hacen y, en consecuencia, carecen por completo de interés como personas. Un gran poeta, un poeta verdaderamente grande, es la menos poética de todas las criaturas. Pero los poetas de poca monta son absolutamente fascinantes. Cuanto peores son sus rimas, más pintoresco es su aspecto. El simple hecho de haber publicado un libro de sonetos de segunda categoría hace a un hombre absolutamente irresistible. Vive la poesía que es incapaz de escribir. Los otros escriben la poesía que no se atreven a poner por obra.

-Me pregunto si es realmente así, Harry -dijo Dorian Gray, derramando sobre su pañuelo un poco de perfume de un gran frasco con tapón dorado que estaba sobre la mesa-. Debe de ser, si tú lo dices. Y ahora tengo que marcharme. Imogen me espera. No te olvides de mañana. Hasta la vista.

Cuando Dorian Gray salió de la habitación, lord Henry cerró los ojos y empezó a pensar. Ciertamente, pocas personas le habían interesado tanto como Dorian Gray, si bien la desmedida adoración del muchacho por otra persona no le producía la menor punzada de fastidio ni de celos. Le agradaba, por el contrario. Lo convertía en un objeto de estudio más interesante. Siempre le habían cautivado los métodos de las ciencias naturales, pero no su materia habitual, que le parecía trivial y sin importancia. De manera que había empezado por hacer vivisección consigo mismo y había terminado haciéndosela a otros. La vida humana era lo único que le parecía digno de investigar. Comparado con eso, no había nada que tuviera el menor valor. Aunque si se contemplaba la vida en su curioso crisol de dolor y placer, no era posible cubrir el propio rostro con una máscara de cristal, ni evitar que los vapores sulfúricos alterasen el cerebro y enturbiaran la imaginación con monstruosas fantasías y sueños deformes. Existían venenos tan sutiles que para conocer sus propiedades había que enfermar con ellos. Y enfermedades tan extrañas que era necesario padecerlas para entender su naturaleza. ¡Qué grande, sin embargo, la recompensa recibida! ¡Qué cosa tan maravillosa llegaba a ser el mundo entero! Percibir la peculiar lógica inflexible de la pasión, y la vida del intelecto emocionalmente coloreada; observar dónde se encontraban y dónde se separaban, en qué punto funcionaban al unísono y en qué punto surgían las discordancias: ¡qué gran placer el así obtenido! ¿Qué importancia tenía el precio? Nunca se pagaba demasiado por las sensaciones.

Sabía perfectamente -y la idea produjo un brillo de placer en sus ojos de ágata- que gracias a determinadas palabras suyas, palabras musicales dichas de manera musical, el alma de Dorian Gray se había vuelto hacia aquella blanca jovencita y se había inclinado en adoración ante ella. En gran medida aquel muchacho era una creación suya. Había acelerado su madurez, lo que no carecía de importancia. La gente ordinaria esperaba a que la vida les desvelase sus secretos, pero para unos pocos, para los elegidos, la vida revelaba sus misterios antes de apartar el velo. Esto era a veces consecuencia del arte, y sobre todo del arte de la literatura, que se ocupa de manera inmediata de las pasiones y de la inteligencia. Pero de cuando en cuando una personalidad compleja ocupaba su sitio y asumía las funciones del arte, y era, de hecho, a su manera, una verdadera obra de arte, porque, al igual que la poesía, la escultura o la pintura, la vida cuenta con refinadas obras maestras.

Sí; el adolescente era precoz. Estaba recogiendo la cosecha todavía en primavera. Tenía dentro de sí el latido y la pasión de la juventud, pero empezaba a reflexionar sobre todo ello. Era delicioso contemplarlo. Con su hermoso rostro y su alma igualmente hermosa, era un motivo de asombro. Daba lo mismo cómo terminara todo o cómo estuviese destinado a terminar. Era como una de esas figuras llenas de encanto en una cabalgata o en una obra de teatro, cuyas alegrías nos parecen muy lejanas, pero cuyos pesares despiertan nuestro sentido de la belleza, y cuyas heridas son como rosas rojas.

Alma y cuerpo, cuerpo y alma, ¡qué misteriosos eran! Había animalismo en el alma, y el cuerpo tenía sus momentos de espiritualidad. Los sentidos podían refinarse y la inteligencia degradarse. ¿Quién podía decir dónde cesaba el impulso carnal o empezaba el psíquico? ¡Qué superficiales eran las arbitrarias definiciones de los psicólogos ordinarios! Y, sin embargo, ¡qué difícil pronunciarse entre las afirmaciones de las distintas escuelas! ¿Era el alma un fantasma que habitaba en la casa del pecado? ¿O el cuerpo se funde realmente con el alma, como pensaba Giordano Bruno? La separación entre espíritu y materia era un misterio, y la unión del espíritu con la materia también lo era.

Empezó a preguntarse si alguna vez se conseguiría hacer de la psicología una ciencia tan exacta que fuese capaz de revelarnos hasta el último manantial de la vida. Mientras tanto, siempre nos equivocamos sobre nosotros mismos y raras veces entendemos a los demás. La experiencia carece de valor ético. Es sencillamente el nombre que dan los hombres a sus errores. Por regla general los moralistas la consideran una advertencia, reclaman para ella cierta eficacia ética en la formación del carácter, la alaban como algo que nos enseña qué camino hemos de seguir y qué abismos evitar. Pero la experiencia carece de fuerza determinante. Tiene tan poco de causa activa como la misma conciencia. Lo único que realmente demuestra es que nuestro futuro será igual a nuestro pasado, y que el pecado que hemos cometido una vez, y con amargura, lo repetiremos muchas veces, y con alegría.

Consideraba evidente que el método experimental era el único que le llevaría al análisis científico de las pasiones; Dorian Gray, por su parte, era el sujeto soñado, y parecía prometer abundantes y preciosos resultados. Su repentino e insensato amor por Sybil Vane era un fenómeno psicológico de interés nada desdeñable. Sin duda, la curiosidad tenía mucho que ver con ello; la curiosidad y el deseo de nuevas experiencias; no se trataba, sin embargo, de una pasión simple sino muy complicada. Lo que había en ella de instinto adolescente puramente sensual había sido transformado gracias a la actividad de la imaginación, transformado en algo que al muchacho mismo le parecía alejado de los sentidos y que era, por esa misma razón, mucho más peligroso. Las pasiones sobre cuyo origen uno se engaña son las que más tiranizan. Los motivos que mejor se conocen tienen mucha menos fuerza. Cuántas veces sucedía que, al creer que se experimenta sobre otros, experimentamos en realidad sobre nosotros mismos.

Un golpe en la puerta sacó a lord Henry de aquella larga ensoñación. Su ayuda de cámara le recordó que tenía que vestirse para cenar. Se levantó y miró hacia la calle. El ocaso había deshecho en dorados escarlatas las ventanas altas de las casas de enfrente. Los cristales brillaban como láminas de metal al rojo vivo. Arriba, el cielo era como una rosa marchita. Lord Henry pensó en su amigo, en aquella vida coloreada por todos los fuegos de la juventud, y se preguntó cómo terminaría todo.

Cuando regresó a su casa, a eso de las doce y media, vio un telegrama sobre la mesa del vestíbulo. Al abrirlo descubrió que era de Dorian Gray. Le anunciaba que se había prometido con la señorita Sibyl Vane.

El retrato de Dorian Gray - Capítulo III

Capítulo III

A las doce Y media del día siguiente lord Henry Wotton fue paseando desde Curzon Street hasta el Albany para visitar a su tío, lord Fermor, un viejo solterón, cordial pero un tanto brusco, a quien en general se tachaba de egoísta porque el mundo no obtenía de él beneficio alguno, pero al que la buena sociedad consideraba generoso porque daba de comer a la gente que le divertía. Su padre había sido embajador en Madrid cuando Isabel II era joven y nadie había pensado aún en el general Prim, pero abandonó la carrera diplomática caprichosamente por el despecho que sintió al ver que no le ofrecían la embajada de París, puesto al que creía tener pleno derecho en razón de su nacimiento, de su indolencia, del excelente inglés de sus despachos y de su desmesurada pasión por los placeres. El hijo, que había sido secretario de su padre, y que presentó también la dimisión, gesto que por entonces se consideró un tanto descabellado, sucedió a su padre en el título unos meses después, y se consagró a cultivar con seriedad el gran arte aristocrático de no hacer absolutamente nada. Aunque poseía dos grandes casas en Londres, prefería vivir en habitaciones alquiladas, que le causaban menos molestias, y hacía en su club la mayoría de las comidas. Se preocupaba algo de la gestión de sus minas de carbón en las Midlands, y se excusaba de aquel contacto con la industria alegando que poseer minas de carbón otorgaba a un caballero el privilegio de quemar leña en el hogar de su propia chimenea. En política era conservador, excepto cuando los conservadores gobernaban, periodo en el que los insultaba sistemáticamente, acusándolos de ser una pandilla de radicales. Era un héroe para su ayuda de cámara, que lo tiranizaba, y un personaje aterrador para la mayoría de sus parientes, a quienes él, a su vez, tiranizaba. Era una persona que sólo podía haber nacido en Inglaterra, y siempre afirmaba que el país iba a la ruina. Sus principios estaban anticuados, pero se podía decir mucho en favor de sus prejuicios.

Cuando lord Henry entró en la habitación de su tío lo encontró vestido con una tosca chaqueta de caza, fumando un cigarro habano y refunfuñando mientras leía The Times.

-Vaya, Harry -dijo el anciano caballero-, ¿qué te ha hecho salir tan pronto de casa? Creía que los dandis no se levantaban hasta las dos y que no aparecían en público hasta las cinco.

-Puro afecto familiar, tío George, te lo aseguro. Quiero pedirte algo.

-Dinero, imagino -respondió lord Fermor, torciendo el gesto-. Bueno; siéntate y cuéntamelo todo. En estos tiempos que corren los jóvenes se imaginan que el dinero lo es todo.

-Sí -murmuró lord Henry, colocándose mejor la flor que llevaba en el ojal de la chaqueta-; y cuando se hacen viejos no se lo imaginan: lo saben. Pero no quiero dinero. Sólo las personas que pagan sus facturas necesitan dinero, tío George, y yo nunca pago las mías. El crédito es el capital de un segundón, y se vive agradablemente con él. Además, siempre me trato con los proveedores de Dartmoor y, en consecuencia, nunca me molestan. Lo que quiero es información: no información útil, por supuesto; información perfectamente inútil.

-Te puedo contar todo lo que contiene cualquier informe oficial, aunque quienes los redactan hoy en día escriben muchas tonterías. Cuando yo estaba en el cuerpo diplomático las cosas iban mucho mejor. Pero, según tengo entendido, ahora les hacen un examen de ingreso. ¿Hay que extrañarse del resultado? Los exámenes, señor mío, son pura mentira de principio a fin. Si una persona es un caballero, sabe más que suficiente, y si no lo es, todo lo que sepa es malo para él.

-El señor Dorian Gray no tiene nada que ver con el mundo de los informes oficiales, tío George -dijo lord Henry lánguidamente.

-¿El señor Dorian Gray? ¿Quién es? -preguntó lord Fermor, frunciendo el espeso entrecejo cano.

-Eso es lo que he venido a averiguar, tío George. Debo decir, más bien, que sé quién es. Es el nieto del último lord Kelso. Su madre era una Devereux, lady Margaret Devereux. Quiero que me hables de su madre. ¿Cómo era? ¿Con quién se casó? Trataste prácticamente a todo el mundo en tu época, de manera que quizá la hayas conocido. En el momento actual me interesa mucho el señor Gray. Acaban de presentármelo.

-¡Nieto de Kelso! -repitió el anciano caballero-. El nieto de Kelso... Claro... Conocí muy bien a su madre. Creo que asistí a su bautizo. Era una joven extraordinariamente hermosa, Margaret Devereux, y volvió loco a todo el mundo escapándose con un joven que no tenía un céntimo, un don nadie, señor mío, un suboficial de infantería o algo por el estilo. Ya lo creo. Lo recuerdo todo como si hubiera sucedido ayer. Al pobre infeliz lo mataron en un duelo en Spa pocos meses después de la boda. Una historia muy fea. Dijeron que Kelso se agenció un aventurero sin escrúpulos, un animal belga, para que insultara en público a su yerno; le pagó, señor mío, para que lo hiciera; le pagó y luego aquel individuo ensartó al suboficial como si fuera un pichón. Echaron tierra sobre el asunto, pero, cielo santo, Kelso comió solo en el club durante cierto tiempo después de aquello. Recogió a su hija, según me contaron, pero la chica nunca volvió a dirigirle la palabra. Sí, sí, un asunto muy feo. Margaret también se murió, en menos de un año. De manera que dejó un hijo, ¿no es eso? Lo había olvidado. ¿Cómo es el chico? Si es como su madre debe de ser bien parecido.

-Es bien parecido -asintió lord Henry.

-Espero que caiga en buenas manos -prosiguió el anciano-. Heredará un montón de dinero si Kelso se ha portado bien con él. Su madre también tenía dinero. Le correspondieron todas las propiedades de Selby, a través de su abuelo. Su abuelo odiaba a Kelso, lo consideraba un tacaño de mucho cuidado. Y no se equivocaba. Fue a Madrid en una ocasión cuando yo estaba allí. Cielo santo, logró que me avergonzase de él. La reina me preguntaba quién era el noble inglés que siempre se peleaba con los cocheros por el precio de las carreras. Menuda historia. Pasé un mes sin aparecer por la Corte. Confío en que tratara a su nieto mejor que a los cocheros de alquiler.

-No lo sé -respondió lord Henry-. Imagino que al chico no le faltará de nada. Todavía no es mayor de edad. Sé que Selby es suyo: lo sé porque me lo ha dicho él. Y.., ¿su madre, entonces, era muy hermosa?

-Margaret Devereux era una de las criaturas más encantadoras que he visto nunca, Harry. Qué la impulsó a comportarse como lo hizo es algo que nunca entenderé. Podría haberse casado con quien hubiera querido. Carlington estaba loco por ella. Pero era una romántica. Todas las mujeres de esa familia lo han sido. Los hombres no valían nada, pero, cielo santo, las mujeres eran maravillosas. Carlington se declaró de rodillas. Me lo dijo él mismo. Margaret Devereux se rió de él, y no había por entonces una chica en Londres que no quisiera pescarlo. Y, por cierto, Harry, hablando de matrimonios estúpidos, ¿qué es esa patraña que me cuenta tu padre de que Dartmoor se quiere casar con una americana? ¿Es que las chicas inglesas no son lo bastante buenas para él?

-Ahora está bastante de moda casarse con americanas, tío George.

-Yo apoyo a las mujeres inglesas contra el mundo entero, Harry -dijo lord Fermor, golpeando la mesa con el puño.

-Todo el mundo apuesta por las americanas.

-No duran, según me han dicho -murmuró su tío. -Las carreras de fondo las agotan, pero son inigualables en las de obstáculos. Lo saltan todo sin pestañear. No creo que Dartmoor tenga la menor posibilidad.

-¿Quiénes son sus padres? -gruñó el anciano-. ¿Acaso los tiene?

Lord Henry negó con la cabeza.

-Las jóvenes americanas son tan inteligentes para esconder a sus padres como las mujeres inglesas para ocultar su pasado -dijo lord Henry, levantándose para marcharse.

-Serán chacineros, supongo.

-Eso espero, tío George, por el bien de Dartmoor. Me dicen que la chacinería es una de las profesiones más lucrativas de los Estados Unidos, después de la política.

-¿Es bonita esa muchacha?

-Se comporta como si fuese hermosa. La mayoría de las americanas lo hacen. Es el secreto de su encanto.

-¿Por qué no se quedan en su país? Siempre nos están diciendo que es el paraíso de las mujeres.

-Lo es. Ésa es la razón de que, como Eva, estén tan excesivamente ansiosas de abandonarlo -dijo lord Henry-. Adiós, tío George. Gracias por darme la información que quería. Me gusta saberlo todo sobre mis nuevos amigos y nada sobre los viejos.

-¿Dónde almuerzas hoy, Harry?

-En casa de tía Agatha. He hecho que me invite, junto con el señor Gray, que es su último protégé.

-¡Umm! Dile a tu tía Agatha, Harry, que no me moleste más con sus empresas caritativas. Estoy harto. Caramba, la buena mujer cree que no tengo nada mejor que hacer que escribir cheques para sus estúpidas ocurrencias.

-De acuerdo, tío George, se lo diré, pero no tendrá ningún efecto. Las personas filantrópicas pierden toda noción de humanidad. Se las reconoce por eso.

El anciano caballero gruñó aprobadoramente y llamó para que entrara su criado.

Lord Henry atravesó unos soportales de poca altura para llegar a Burlington Street, y dirigió sus pasos en dirección a la plaza de Berkeley.

Aquélla era, por tanto, la historia familiar de Dorian Gray. Pese a lo esquemático del relato, le había impresionado porque hacía pensar en una historia de amor extraña, casi moderna. Una mujer hermosa que se arriesga a todo por una loca pasión. Unas pocas semanas de felicidad sin límite truncadas por un crimen odioso, por una traición. Meses de silenciosos sufrimientos, y luego un hijo nacido en el dolor. La madre arrebatada por la muerte, el niño abandonado a la soledad y a la tiranía de un anciano sin corazón. Sí; unos antecedentes interesantes, que situaban al muchacho, que le añadían una nueva perfección, por así decirlo. Detrás de todas las cosas exquisitas hay algo trágico. Para que florezca la más humilde de las flores se necesita el esfuerzo de mundos... Y, ¡qué encantador había estado durante la cena la noche anterior, cuando, la sorpresa en los ojos y los labios entreabiertos por el placer y el temor, se había sentado frente a él en el club, las pantallas rojas de las lámparas avivando el rubor despertado en su rostro por el asombro! Hablar con él era como tocar el más delicado de los violines. Dorian respondía a cada toque y vibración del arco... Había algo terriblemente cautivador en influir sobre alguien. No existía otra actividad parecida. Proyectar el alma sobre una forma agradable, detenerse un momento; emitir las propias ideas para que las devuelva un eco, acompañadas por la música de una pasión juvenil; transmitir a otro la propia sensibilidad como si se tratase de un fluido sutil o de un extraño perfume; allí estaba la fuente de una alegría verdadera, tal vez la más satisfactoria que todavía nos permite una época tan mezquina y tan vulgar como la nuestra, una época zafiamente carnal en sus placeres y enormemente vulgar en sus metas... Aquel muchacho a quien por una extraña casualidad había conocido en el estudio de Basil encarnaba además un modelo maravilloso o, al menos, se le podía convertir en un ser maravilloso. Suyo era el encanto, y la pureza inmaculada de la adolescencia, junto a una belleza que sólo los antiguos mármoles griegos conservan para nosotros. No había nada que no se pudiera hacer con él. Se le podía convertir en un titán o en un juguete. ¡Qué lástima que semejante belleza estuviera destinada a marchitarse!... ¡Y Basil? Desde un punto de vista psicológico, ¡qué interesante era! Un nuevo estilo artístico, un modo nuevo de ver la vida, todo ello sugerido de manera tan extraña por la simple presencia de alguien que era todo eso de manera inconsciente; el espíritu silencioso que mora en bosques sombríos y camina sin ser visto por campos abiertos, mostrándose, de repente, como una dríade, y sin temor, porque en el alma que la busca se ha despertado ya esa singular capacidad a la que corresponde la revelación de las cosas maravillosas; las simples formas, los simples contornos de las cosas que se estilizaban, por así decirlo, adquiriendo algo semejante a un valor simbólico, como si fuesen a su vez el esbozo de otra forma más perfecta, a cuya sombra dotaban de realidad: ¡qué extraño era todo! Recordaba algo parecido en la historia del pensamiento. ¿No fue Platón, aquel artista de las ideas, quien lo había analizado por vez primera? ¿No había sido Buonarotti quien lo esculpió en el mármol multicolor de una sucesión de sonetos? Pero en nuestro siglo era extraño... Sí; trataría de ser para Dorian Gray lo que él, sin saberlo, había sido para el autor de aquel retrato maravilloso. Trataría de dominarlo; en realidad ya lo había hecho a medias. Haría suyo aquel espíritu maravilloso. Había algo fascinante en aquel hijo del Amor y de la Muerte.

De repente, lord Henry se detuvo y contempló las casas que lo rodeaban. Se dio cuenta de que había dejado atrás la de su tía y, sonriendo, volvió sobre sus pasos. Cuando entró en el vestíbulo, un tanto sombrío, el mayordomo le hizo saber que los comensales ya se habían sentado a la mesa. Entregó el sombrero y el bastón a uno de los lacayos y pasó al comedor.

-Tarde como de costumbre -exclamó su tía, reprendiéndolo con un movimiento de cabeza.

Lord Henry inventó una excusa banal y, después de acomodarse en el sitio vacío al lado de lady Agatha, miró a su alrededor para ver a los invitados. Dorian Gray le hizo una tímida inclinación de cabeza desde el extremo de la mesa, apareciendo en sus mejillas un rubor de satisfacción. Frente a él tenía a la duquesa de Harley, una dama con un carácter y un valor admirables, muy querida por todos los que la conocían, y con las amplias proporciones arquitectónicas a las que los historiadores contemporáneos, cuando no se trata de duquesas, dan el nombre de corpulencia. A su derecha estaba sentado sir Thomas Burdon, miembro radical del Parlamento, que seguía a su líder en la vida pública y a los mejores cocineros en la privada, cenando con los conservadores y pensando con los liberales, según una regla tan prudente como bien conocida. El asiento a la izquierda de la duquesa estaba ocupado por el señor Erskine de Treadley, anciano caballero de considerable encanto y cultura, que había caído sin embargo en la mala costumbre de guardar silencio, puesto que, como explicó en una ocasión a lady Agatha, todo lo que tenía que decir lo había dicho antes de cumplir los treinta. A la izquierda de lord Henry se sentaba la señora Vandeleur, una de las amigas más antiguas de su tía, santa entre las mujeres, pero tan terriblemente poco atractiva que hacía pensar en un himnario mal encuadernado. Afortunadamente para él, la señora Vandeleur tenía a su otro lado a lord Faudel -una mediocridad muy inteligente, de más de cuarenta años y calva tan rotunda como una declaración ministerial en la Cámara de los Comunes-, con quien conversaba de esa manera tan intensamente seria que es el único error imperdonable, como él mismo había señalado en una ocasión, en el que caen todas las personas realmente buenas y del que ninguna de ellas escapa por completo.

-Estamos hablando del pobre Dartmoor, lord Henry -exclamó la duquesa, haciéndole, desde el otro lado de la mesa, un gesto amistoso con la cabeza-. ¿Cree usted que se casará realmente con esa joven tan fascinante?

-Creo que la joven está decidida a pedir su mano, duquesa.

-¡Qué espanto! -exclamó lady Agatha-. Alguien debería tomar cartas en el asunto.

-Me han informado, de muy buena tinta, que su padre tiene un almacén de áridos -dijo sir Thomas Burdon con aire desdeñoso.

-Mi tío ha sugerido y a que se trata de chacinería, sir Thomas.

-¡Áridos! ¿Qué mercancías son ésas? -preguntó la duquesa, alzando sus grandes manos en gesto de asombro y acentuando mucho el verbo.

-Novelas americanas -respondió lord Henry, mientras se servía una codorniz.

La duquesa pareció desconcertada.

-No le haga caso, querida -susurró lady Agatha-. Mi sobrino nunca habla en serio.

-Cuando se descubrió América... -intervino el miembro radical de la Cámara de los Comunes, procediendo a enumerar algunos datos aburridísimos. Como todas las personas que tratan de agotar un tema, logró agotar a sus oyentes. La duquesa suspiró e hizo uso de su posición privilegiada para interrumpir.

-¡Ojalá nunca la hubieran descubierto! -exclamó-. A decir verdad, nuestras jóvenes no tienen ahora la menor oportunidad. Es una gran injusticia.

-Quizá, después de todo, América nunca haya sido descubierta -dijo el señor Erskine-; yo diría más bien que fue meramente detectada.

-Sí, sí, pero yo he visto especímenes de sus habitantes -respondió vagamente la duquesa-. He de confesar que la mayoría de las mujeres son extraordinariamente bonitas. Y además visten bien. Compran toda la ropa en París. Me gustaría poder permitírmelo.

-Dicen que cuando mueren, los americanos buenos van a París -rió entre dientes sir Thomas, que tenía un gran armario de frases ingeniosas ya desechadas.

-¿De verdad? Y, ¿adónde van los malos? -quiso saber la duquesa.

-Van a los Estados Unidos -murmuró lord Henry.

Sir Thomas frunció el ceño.

-Me temo que su sobrino tiene prejuicios contra ese gran país -le dijo a lady Agatha-. He viajado por todo el territorio, en coches suministrados por los directores, que son, en esas cuestiones, extraordinariamente hospitalarios. Le aseguro que es muy instructivo visitarlos Estados Unidos.

-¿De verdad tenemos que ver Chicago para estar bien educados? -preguntó el señor Erskine quejumbrosamente-. No me siento capaz de emprender ese viaje.

Sir Thomas agitó la mano.

-El señor Erskine de Treadley tiene el mundo en las estanterías de su biblioteca. A nosotros, los hombres prácticos, nos gusta ver las cosas, no leer su descripción. Los americanos son un pueblo muy interesante. Y totalmente razonable. Creo que es la característica que los distingue. Sí, señor Erskine, un pueblo totalmente razonable. Le aseguro que los americanos no se andan por las ramas.

-¡Terrible! -exclamó lord Henry-. No me gusta la fuerza bruta, pero la razón bruta es totalmente insoportable. No está bien utilizarla. Es como golpear por debajo del intelecto.

-No le entiendo -dijo sir Thomas, enrojeciendo considerablemente.

-Yo sí, lord Henry -murmuró el señor Erskine con una sonrisa.

-Las paradojas están muy bien a su manera... -intervino el baronet.

-¿Era eso una paradoja? -preguntó el señor Erskine-. No me lo ha parecido. Quizá lo fuera. Bien, el camino de las paradojas es el camino de la verdad. Para poner a prueba la realidad, hemos de verla en la cuerda floja. Cuando las verdades se hacen acróbatas podemos juzgarlas.

-¡Dios del cielo! -dijo lady Agatha-, ¡cómo discuten ustedes los hombres! Estoy segura de que nunca sabré de qué están hablando. Por cierto, Harry, estoy muy enfadada contigo. ¿Por qué tratas de convencer a nuestro Dorian Gray, una persona tan encantadora, para que renuncie al East End? Te aseguro que sería inapreciable. A nuestros habituales les hubiera encantado oírle tocar.

-Quiero que toque para mí -exclamó lord Henry sonriendo. Cuando miró hacia el extremo de la mesa captó como respuesta un brillo en la mirada de Dorian.

-Pero en Whitechapel la gente es muy desgraciada -protestó lady Agatha.

-Soy capaz de simpatizar con cualquier cosa menos con el sufrimiento -dijo lord Henry, encogiéndose de hombros-. Hasta eso no llego. Es demasiado feo, demasiado horrible, demasiado angustioso. Hay algo terriblemente morboso en la simpatía de nuestra época por el dolor. Debemos interesarnos por los colores, por la belleza, por la alegría de vivir. Cuanto menos se hable de las miserias de la vida, tanto mejor.

-De todos modos, el East End es un problema muy importante -señaló sir Thomas, con un grave movimiento de cabeza.

-Muy cierto -respondió el joven lord-. Es el problema de la esclavitud, y tratamos de resolverlo divirtiendo a los esclavos.

El político le miró con mucho interés.

-¿Qué cambio propone usted, en ese caso? -preguntó. Lord Henry se echó a reír.

-No deseo cambiar nada en Inglaterra, a excepción del clima -respondió-. Me basta y me sobra con la contemplación filosófica. Pero como el siglo XIX se ha arruinado por un excesivo gasto de simpatía, sugiero que se acuda a la ciencia para solucionarlo. La ventaja de las emociones es que nos llevan por el mal camino, y la ventaja de la ciencia es que excluye la emoción.

-Pero tenemos gravísimas responsabilidades -aventuró tímidamente la señora Uandeleur.

-Sumamente graves -se hizo eco lady Agatha.

Lord Henry miró con detenimiento al señor Erskine.

-La humanidad se toma demasiado en serio. Es el pecado original del mundo. Si los cavernícolas hubieran sabido reír, la historia habría sido distinta.

-No sabe cuánto me consuela oírle -gorjeó la duquesa-. Siempre me siento muy culpable cuando vengo a ver a su querida tía, porque no me intereso en absoluto por el East End. En el futuro podré mirarla a la cara sin sonrojarme.

-Sonrojarse es muy favorecedor, duquesa -señaló lord Henry.

-Sólo cuando se es joven -respondió ella-. Cuando una anciana como yo se sonroja, es muy mala señal. ¡Ah, me gustaría que me dijera usted cómo volver a ser joven! Lord Henry meditó unos instantes.

-¿Recuerda usted algún gran error que cometiera en sus primeros tiempos, duquesa? -preguntó mirándola desde el otro lado de la mesa.

-Muchos, por desgracia -exclamó ella.

-Pues vuelva a cometerlos -dijo él con gravedad-. Para recuperar la juventud, basta con repetir las mismas locuras.

-¡Deliciosa teoría! -exclamó ella-. He de ponerla en práctica.

-¡Una teoría peligrosa! -dijo sir Thomas, la boca tensa. Lady Agatha movió desaprobadoramente la cabeza, pero la idea le pareció de todos modos divertida. El señor Erskine escuchaba.

-Sí -continuó el joven lord-; se trata de uno de los grandes secretos de la vida. En la actualidad la mayoría de la gente muere de una indigestión de sentido común y descubre cuando ya es demasiado tarde que lo único que nunca lamentamos son nuestros errores.

Se oyeron risas en torno a la mesa.

Lord Henry jugó con la idea, animándose cada vez más; la lanzó al aire y la transformó; la dejó escapar y volvió a capturarla; la adornó con todos los fuegos de la fantasía y le dio alas con la paradoja. El elogio de la locura, mientras lord Henry proseguía, se elevó hasta las alturas de la filosofía, y la filosofía misma se hizo joven y, contagiada por la música desenfrenada del placer, vestida, cabría imaginar, con su túnica manchada de vino y una guirnalda de hiedra, danzó como una bacante sobre las colinas de la vida y se burló del plácido Sileno por su sobriedad. Los hechos huyeron ante ella como asustados animalitos del bosque. Sus pies alabastrinos pisaron el enorme lagar donde sienta sus reales el sabio Omar, hasta que el zumo rosado de la vid se elevó en torno a sus extremidades desnudas en oleadas de burbujas moradas, o se deslizó en espuma por las negras paredes inclinadas de la cuba. Fue una extraordinaria improvisación. Lord Henry sentía fijos en él los ojos de Dorian Gray, y saber que había entre quienes lo escuchaban alguien a quien deseaba fascinar parecía dar mayor agudeza a su ingenio y prestar colores más vivos a su imaginación. Se mostró brillante, fantástico, irresponsable. Encantó a sus oyentes haciendo que se olvidaran de sí mismos, y que siguieran, riendo, la melodía de su caramillo. Dorian Gray nunca apartó de él los ojos, y permaneció inmóvil como si estuviera encantado, sucediéndose las sonrisas sobre sus labios, mientras el asombro, en el fondo de sus ojos, adoptaba una pensativa gravedad.

Finalmente, cubierta con la librea de la época, la realidad entró en la estancia en forma de lacayo para decir que a la duquesa la esperaba su coche. La noble señora se retorció las manos con fingida desesperación.

-¡Qué fastidio! -exclamó-. He de marcharme. Tengo que recoger a mi marido en el club para llevarlo a Willis's Rooms, donde debe presidir no sé qué absurda reunión. Si llego tarde se enfurecerá sin duda, y no puedo exponerme a una escena con este sombrero. Es demasiado frágil. Una palabra dura acabaría con él. No, he de irme, mi querida Agatha. Hasta la vista, lord Henry, es usted absolutamente delicioso y terriblemente desmoralizador. Desde luego, no sabría qué decir sobre sus ideas. Tiene que venir a cenar con nosotros una de estas noches. ¿El martes? ¿Está usted libre el martes?

-Por usted, duquesa, ¿de quién no prescindiría yo? -respondió lord Henry, con una inclinación de cabeza. -¡Ah! ¡Muy amable y muy cruel por su parte! -exclamó la duquesa-; pero no se olvide de venir -y abandonó la habitación seguida por lady Agatha y las otras damas. Cuando lord Henry se hubo sentado de nuevo, el señor Erskine, dando la vuelta a la mesa, y colocándose a su lado, le puso una mano en el brazo.

-Usted habla mucho de libros -dijo-; ¿por qué no escribe uno?

-Me gusta demasiado leerlos para molestarme en escribirlos, señor Erskine. Desde luego, me gustaría escribir una novela, una novela que fuese tan encantadora y tan irreal como una alfombra persa. Pero en Inglaterra no hay público más que para periódicos, libros de texto y enciclopedias. No hay en todo el mundo personas con menos sentido de la belleza literaria que los ingleses.

-Me temo que tiene usted razón -respondió el señor Erskine-. Yo mismo tuve ambiciones literarias, pero las abandoné hace mucho. Y ahora, mi joven y querido amigo, si me permite que le dé ese nombre, ¿le puedo preguntar si mantiene usted todo lo que nos ha dicho durante el almuerzo?

-He olvidado por completo lo que he dicho -sonrió lord Henry-. ¿Tan inmoral era?

-Sumamente inmoral. De hecho le considero extraordinariamente peligroso, y si algo le sucede a nuestra buena duquesa le tendremos por responsable directo. Pero me gustaría hablar con usted sobre la vida. La generación de la que formo parte es francamente aburrida. Algún día, cuando se canse de Londres, venga a Treadley, expóngame su filosofía del placer mientras degustamos un excelente borgoña que tengo la fortuna de poseer.

-Me encantará. Una visita a Treadley será un gran privilegio. Cuenta con un perfecto anfitrión y una biblioteca igualmente perfecta.

-Su presencia le añadirá un nuevo encanto -respondió el anciano caballero, con una cortés inclinación-. Y ahora tengo que despedirme de su excelente tía. Me esperan en el Atheneum. Es la hora en que dormimos allí.

-¿Todos, señor Erskine?

-Cuarenta, en cuarenta sillones. Hacemos prácticas para una Academia Inglesa de las Letras.

Lord Henry rió, poniéndose en pie.

-Me voy al parque -exclamó.

Al atravesar la puerta, Dorian Gray le tocó en el brazo.

-Permítame ir con usted -murmuró.

-Creía que le había prometido a Basil Hallward que iría usted a verlo -respondió lord Henry.

-Prefiero ir con usted; sí, siento que debo ir con usted. Permítamelo. Y prometa hablarme todo el tiempo. Nadie lo hace tan bien.

-¡Ah! Ya he hablado más que suficiente por hoy -dijo lord Henry, sonriendo-. Todo lo que quiero ahora es mirar la vida. Puede usted venir y mirarla conmigo, si lo tiene a bien.